miércoles, 22 de noviembre de 2017

Un cole es un restaurante de cinco estrellas michelín.

Hoy he tenido la suerte de asistir a una ¿conferencia? inaugural de unas jornadas  denominadas "Jornadas de buenas prácticas educativas" donde se han expuesto diferentes formas de trabajar en clase que tenemos los profes, esos que día a día nos rompemos la cabeza para impulsar la educación.

Como toda buena "jornada" que se precie, una persona de renombre nos ha mostrado su buen hacer y ha expresado un montón de ideas que necesariamente tiene que remover el fondo apoltronado de docentes. La persona que lo ha hecho ha sido María Barceló, a la cual me une una amistad que ha dejado de ser virtual hoy mismo. Antes de comenzar en sí la entrada de hoy, expresar mi admiración por ella, y mi gratitud por hacerme pensar que vamos en el buen camino.

En un momento de su disertación, ha mencionado un símil basado en una historia de Pujolás. (Perdón, María, pero estaba tan absorto con las ideas que mencionabas que no me he quedado con la historia concreta, así que recojo la idea y quizás ponga algo de mi cosecha).

Comenzaba diciendo que podemos encontrar tres tipos de restaurantes. El primero era el que sólo tiene un primer plato, un segundo plato, un postre y una bebida. Eso es lo que hay. Y si no te gusta,...

Existe un segundo tipo, que además de eso tiene un menú especial para aquellos que tienen alguna intolerancia. Pero ese menú "especial" consta de un primer plato, un segundo plato, un postre y una bebida. Y de nuevo, eso es lo que hay. E incluso, todos los no intolerantes comen juntos y el que es intolerante "come" en mesa aparte para que no se contaminen sus alimentos.

Y existe también un tercer tipo de restaurante en el cual hay platos variados, al estilo de un bufé, donde cada uno se sirve de aquello que tiene ganas y no es intolerante. Es más, tanto unos como otros comen en las mismas mesas e incluso charlan e intercambian opiniones mientras están disfrutando de la comida.

Y... ¿qué tiene que ver esto?

Estamos hablando, ni más ni menos, de la escuela inclusiva. Pero no me voy a detener en este tema, sino que, siguiendo el rumbo que he marcado con mis distintas entradas, quiero relacionar esto con la evaluación.

Primero, y siguiendo con la comparación, necesito unas buenas materias primas. Aquí tengo que conjugar carnes, pescados, verduras,... para realizar mis platos. Y esas buenas materias primas seguro que las encuentro más o menos a mano. Además, estoy seguro que van a ser lo que necesiten nutricionalmente los comensales para no tener carencias en cuanto a vitaminas, fibras, minerales, proteínas,... (¿Podríamos asociar esto con los elementos curriculares? Ahí dejo la pregunta).

En segundo lugar, si ya tengo todo preparado, necesito cocinar cada uno de esos platos. Los puedo hacer asados, cocidos, fritos, con salsa, con,... cualquier cosa que se ocurra. Pero tengo un peligro: que a mis comensales no les guste la comida, y que en lugar de ingerir las cantidades necesarias, se queden solo en una mera "prueba". Si cocino las cosas de forma atractiva y sabrosa, es seguro que voy a tener éxito. (¿Podríamos asociar esto con las metodologías? Ahí dejo la pregunta).

Presento los distintos platos. Los comensales se van sirviendo. Algunas cosas gustan más que otras, eso es evidente, pero yo puedo ir viendo qué platos tienen más aceptación, cuáles no tienen gancho, y si he puesto pollo de tres formas distintas, cuál es la que más agrada. (Podríamos asociar esto con la evaluación? De nuevo, suelto la pregunta).

Lo cierto es que han comido, están haciendo la digestión y quizás hasta me den un "gracias" por haber preparado ese suculento menú.

No hay comentarios:

Publicar un comentario